viernes, 7 de junio de 2013

La desesperación te va a matar

Esta historia sucedió hace dos veranos. Me encontraba en el bar de costumbre que hay al lado de casa, tomándome unas cervezas y echando unas risas con mi compadre cuando entró el repartidor de los granizados. Era un tío grande, calvo, y por supuesto iba sudoroso. Excesiva y misteriosamente sudoroso. Parecía el típico repartidor brioso de verano. Yo estaba sentado en el lugar también de costumbre, al final de la barra junto a las neveras. El tipo dejó los cubos de limón y horchata encima de la barra. No recuerdo muy bien si él mismo los metió en las neveras o fue el camarero. Es un dato que cobrará importancia más tarde. Luego entró al baño y salió al ratito. Ese es otro dato. Se pidió un par de tapas y algo de beber. Entonces empezó a gimotear de la calor, el trabajo, el estrés, que si necesitaba un ayudante... Enfoqué una oreja a la conversación.
-¿Hay trabajo para mí? _le pregunté
-Todo el que quieras y más _me contestó. Se abrieron unos cuantos grados más mis achinados ojos. Ví una luz. Llevaba un año en paro y pensé que tenía ante mí una oportunidad. Le comenté que estaba interesado en currar, que llevaba un tiempo buscando trabajo, que vivía cerca y me cortó diciéndome que me cambiara las chanclas por unas zapatillas y que volviera al bar antes de que él terminara su almuerzo. Corrí hasta la casa, y mientras me cambiaba de ropa se lo iba contando a mi mujer. Ella no entendía nada, pero le dí un beso y le dije que no se preocupara, que iba a volver a la hora de comer con veinte euros en el bolsillo.
 Excitado, volé hasta el bar y lo ví allí, en la puerta. Me invitó a subir a su camión y nos pusimos en marcha. En el primer cruce se saltó un ceda el paso de cierto peligro y me quedé mirándolo con recelo. Pensé que tenía la situación controlada y lo dejé pasar. Justo en la siguiente calle, pisó el acelerador y giró el volante hacia un motorista que circulaba tranquilamente. Sonó un golpe que me dejó más helado que los granizados que llevábamos atrás. Eran dos máquinas abismalmente descompensadas por volumen y peso. El resultado podría ser fatal.
-Le has dado! _le exclamé
-Sólo quería asustarlo _me dijo sonriendo.
 Ambos miramos por el retrovisor y vimos al motorista que se incorporaba y daba la vuelta. Nos alcanzó y parados en mitad de la calle empezó a discutir con mi "compañero". Le llamó loco, inconsciente, que si estaba mal de la cabeza... Pasaron unos pocos segundos hasta que noté cómo me pegaba al respaldo del asiento cuando le metió otro pisotón al acelerador dejando al motorista refutando solo. Vaya tela. Ahora estaba implicado en una persecución en toda regla. De repente, giró a la derecha entrando en una calle con señal de dirección prohibida y me gritó que saltara del camión en marcha porque nos íbamos a meter en problemas. No daba crédito a lo que me decía, pero antes de pedirle que me lo repitiera me lo ordenó otra vez. Sin pensarlo, y quizá movido por mi inapetencia de seguir con tal individuo, abrí la puerta y salté hacia un descampado que hay enfrente de casa dando dos volteretas. Me levanté rápidamente y me quedé mirando cómo se alejaba el camión a gran velocidad, con el motorista enfadadísimo pisándole los talones, gesticulando y tocando el pito llamando su atención para que parara. Entré y alterado le conté la historia a mi mujer. Me dijo que estaba tan desesperado por currar que me subía con cualquiera. Nos pusimos a reirnos. Volví al bar a contarle la historia a mi compadre y al terminar me preguntó:
-¿Es que no viste que ciego que iba?
-Yo que sé compadre. Yo ya estaba viendo los veinte pavos...