jueves, 9 de enero de 2014

Rodeado de putos amarillos

 Hoy me estrechan un poco más el cerco. Estaba tranquilamente echando unos currículums por e-mail cuando llaman al timbre. Es entonces cuando empieza el ritual: La perra sale disparada ladrando hacia la puerta y yo le gruño intentando que deje de alborotar. Voy hasta la puerta procurando no hacer ruido para que el llamador no sepa si en la casa hay alguien o no, pues la idea es echar un vistazo por la mirilla antes de abrir. Porque yo soy de los que si veo que el llamador es algún personaje que no me interesa, no abro. La mirilla no acompaña, pero distingo a un tipo alto, moreno y con gafas: el vecino de las patas largas. El vecino de las patas largas es un señor de unos cincuenta y pocos, que en verano lleva bañador y dos tablas de surf en lugar de chanclas. Vive dos calles más abajo y guarda su coche justo delante de mi casa. Me lo cruzo casi a diario andando o embutido en su Clio azul, pero nunca había articulado palabra alguna con él, siempre nos hacemos un tímido saludo levantando las cejas. Abro la puerta (atrapando a la perra con el pie contra la pared para que no se escape) y me encuentro con que ya se había dado la vuelta en dirección a su cochera:
La rayica pintadica. Falta la otra.
-Dime! -le berreo-
-Hola, es que... que... que...
 Madre mía! es tartamudo y apenas tengo tiempo para ir a por mi hija al instituto. Por suerte, y gracias a la habilidad que tengo para intuir y anticiparme a lo que me dicen, conseguimos entendernos rápidamente. Voy a resumir la conversación para no parecer burlón. Resulta que el Ayuntamiento le ha obligado a poner una chapa de vado y a pintar el asfalto porque al meter el coche pisa la acera... o yo que coño sé, y me pedía permiso para pintar en mi lado de la calle. Yo le he dicho que mientras no me pintara la fachada de amarillo me daba igual. Me ha repetido varias veces lo mismo con tartajeo incluído. Se me ha hecho eterno! Soy un poco cabrón a veces, pero no tanto como para reirme en su cara ni en la de nadie. Además, aprendí a reirme por dentro, una técnica que vi hacer en Crónicas Marcianas a Jose, el novio militar que tuvo el polifacético artista-curandero-tertuliano-minero-gilipollas Paco Porras y que casi ahoga el Cárdenas en aquel "crucero" por el Mediterráneo atado a una lancha en FBI. Estuve partiéndome el culo con esa escena un tiempo, y es que me encantan las frikadas jajajajaja. Bueno, ahora me he asomado y estaba el tío pintando una de las rayitas con su mujer y dos jubilados de la zona que daban órdenes sin parar. Me cuenta que va a ser una pintada disuasoria, que no me va a denunciar si aparco. Pero después de un episodio airado con su hijo y lo poco amigos que somos... ¿quién se arriesga? No me fío ni un pelo. En fin, que entre el vado de los pijos de al lado, éste nuevo, el del viejo revolucionario de la esquina y los del pirata de la otra manzana, me han arrodeao y me tocará dejar el coche lejos de la puerta o en el solar de enfrente para que los simpáticos perritos (con permiso de sus simpáticos dueños) se meen en mis ruedas. Así funciona la contemporaneidad, hace que todo ésto se parezca cada vez más a una ciudad.

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