domingo, 1 de septiembre de 2013

Si no voy al cielo será porque voy con tenis y sin afeitar

 No siempre he sido el dueño de Telebarbi, tu tele amiga. Digamos que he dado más vueltas que la madre de Marco dándole esquinazo a él y al mono. Y las que me quedan por dar! Para los que no me conocen bien y no tienen mi currículum, esta historia servirá para hacerse una idea de la clase de individuo al que os enfrentáis, porque entre otras cosas he trabajado de ayudante de panadero, de encofrador, de peón de albañil, de reponedor de supermercado, de operario en una empresa de montajes eléctricos, de andamiero, de comercial en una empresa dedicada a gestionar multas de tráfico, he currado en un asador de pollos, he hecho de Papá Noel, de cartero motorizado y chico para todo en la mili, del señor Barragán, de Montserrat Caballé, de mariquita, de argentino, de bebé con pañales, de Manuel de la Calva, de mimo, de espía, he recolectado limones, algodón, pimiento de bola, almendras, he cantado en una banda de heavy metal, he tocado el órgano en una boda en la iglesia, he actuado en algunos entremeses, he dibujado en un taller de cómics...
 Pero también me he puesto el disfraz de Jonathan Smith en "Autopista hacia el cielo" alguna vez para hacer una buena acción si la ocasión lo requería. No siempre me han salido bien mis obras, como aquella donde mediando en una pelea de pareja me llevé un puñetazo que hizo que volaran mis gafas. Pero otras sí que han acabado con final feliz.
Michael Landon es Jonathan Smith
 Esto me pasó hace unos ocho años o así, pero me acuerdo como si fuera ayer. Era fin de semana y estaba tomando unas cervezas en un bar cercano para matar el aburrimiento cuando empezó a llover. Era una lluvia de esas de gotas gordas y violentas que con cuatro o cinco te empapan el cuerpo entero. El típico chaparrón de verano que a algunos nos ha sorprendido más de una vez por esta comarca. Me terminé el tercio de un trago, pagué y me dispuse a salir para comprobar que todo seguía bien en casa y no se estaba mojando ropa u otra cosa importante. Al cruzar la calle veo a una vieja encorvada, vestida de luto, con el pelo canoso recogido con un moño y cargada con varias bolsas de la compra. La siguiente secuencia fue verla resbalar y caer al suelo. Oí como sonó su cuerpo contra el firme y su débil voz que pedía auxilio. Corrí hacia ella para socorrerla cuando en ese momento resbalé y caí también casi a su lado. Joder! exclamé. Rápidamente me incorporé y la ayudé a levantarse. Le metí el monedero y sus cosas que se hallaban desparramadas por la acera en las bolsas como pude. Me señaló el duplex de enfrente y me dijo que vivía ahí mismo. Le pregunté si podía andar y la invité a que me cogiera del brazo que llevaba libre hasta llegar a su casa. En mi otra mano llevaría como cuatro o cinco bolsas que pesaban un huevo y empezaban a marcarme la mano. Tenía que aguantarme, como el intenso dolor que poco a poco estaba creciendo en mi culo. Me fijé en ella, en que sangraba por la cara y llevaba un corte en la ceja izquierda. Con su mano temblorosa sacó del bolso unas llaves y me indicó la que abría la primera puerta, la del jardín. Pasamos, subimos tres escalones con sumo cuidado y abrí mi mano mostrándole el manojo de llaves. Me señaló una segunda llave que al girar abrió la puerta principal y dejé su compra dentro. Me ofrecí para llevarla a urgencias y que le miraran la herida, pero me dijo que no era necesario. Después de inspeccionarla personalmente ví aliviado que era algo muy leve. El agua mezclada con la sangre es muy escandalosa y me hizo creer que se trataba de algo más serio. Además no quiso que la curara ni nada, me dijo que llamaría a su hijo que vive muy cerca y se echaría colonia en el corte. Parecía que se le había pasado el susto y sonriendo me acarició la cara. Me dejó más tranquilo verla mejor. Cuando ya me iba y después de volverle a preguntar si se encontraba bien me preguntó por mi nombre y le expliqué que era un vecino que vivía en la calle de arriba y que no se preocupara por nada. Insistió y entonces le contesté casi sin pensar: "Me llamo Ángel". Le mentí. Me dió por ahí. No sé por qué. A los tres días me comentó mi vecino que había estado una señora mayor preguntando por un tal Ángel con una tarta de galletas y chocolate entre sus manos. No he vuelto a verla, quizá muriese ya. Nunca supe su nombre ni ella el mío, pero ese día fui "su" Ángel.

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