jueves, 7 de mayo de 2015

El "negocio"

 En un local de tattoos de Cartagena, de cuyo nombre no quiero acordarme...
Os cuento:
 Mi hija tenía unas ganas tremendas de llevar un piercing en la nariz, uno de tantos caprichos estéticos propios de la adolescencia y decidí cumplir su deseo porque es una buena nena y se lo merece. Mi nueva ocupación y mi deseo de conocer sus entrañas me iba a llevar a uno de esos "negocios". Tan sólo he estado en el modesto studio de un amigo artista del tatuaje un par de veces, así que todo iba a ser casi tan nuevo para mí como para ella. Me puse manos a la obra y escogí uno al azar, por internet. Enseguida vi uno que parecía tener buena pinta y les mandé un mensaje:
- "Hola, quería pasarme con mi hija para que le pusiérais un piercing en la nariz. Hay que coger cita? me podéis decir cuánto me cuesta? gracias"
 Al rato me contestan e iniciamos el siguiente minidiálogo:
- "hola, no hace falta cita, el chaval ke pone los piercings solo esta por las tardes y cuesta uno 25 € y 2 aunke sean a difernetes personas a 20 € cada uno, y si la muchacha es menor pues ke venga el padre o la madre con el carnet de la muchacha y el del ke la acompañe"
- "Ok, gracias, muy amable"
- "de nada hombre, gracias a ti"
 ¿Hasta ahí bien verdad? Pues así quedamos y así se lo hago saber a mi hija. Hoy sale del instituto con un sólo pensamiento en su cabeza: El piercing. Como una aventura, lo estábamos viviendo minuto a minuto. Se le notaba nerviosa, y yo siempre intento tranquilizar a la otra persona quitándole importancia, pero me imagino por lo que estaba pasando jajajajaj. No obstante, no hay que preocuparse, en estos casos la emoción siempre le gana la partida al desasosiego. Esperamos a que llegue la hora de abrir y salimos en el coche. Enseguida damos con la calle, situada en una zona a la que podríamos llamar casi privilegiada de la ciudad. Mientras caminamos vamos mirando los números y acercándonos cada vez más. De repente, la fachada. Lo exactamente llamativa como para que se pusiera más nerviosa, y aunque ella ya había visto alguna antes, siempre había sido de pasada. Ahora era el momento de entrar. Pasamos a la cueva y percibimos a un manojo de tíos arremolinados a un mostrador. Uno de ellos se dirige hacia nosotros. Es entonces cuando comienza mi reconocimiento ocular del individuo. No parecía tener más de veinticinco años, bajito y con un peinado moderno pero sucio. Cuando bajo hacia su cara, donde destacan varios piercings, es cuando me fijo en sus ojos vidriosos a la vez que bastante sospechosos. Eso ya no me gustó, pero bueno, esa clase de espacios son así y huelen raro. La persona que regente ese tipo de lugares debe ser especialmente meticulosa con la higiene, y al chaval como que no lo vi apropiado. Porque uno puede llevar barba y el pelo largo, pero coño, no lleves mierda encima si estás de cara al público!. Hace tiempo que se inventó el jabón, el perfume, el detergente, el friegasuelos, los ambientadores...
En fin, le cuento al chico que venía con mi hija para que le pusieran el piercing y me dice que el tipo que los coloca está ocupado, que tenía que haber pedido cita, como suele hacerse. Le comento que hablé con alguien a través de su página el cual me dijo que no era necesario pedir cita, pero me contesta que la página la llevan entre todos y que uno te puede decir una cosa... otro te dice otra....
Podría haber un poco de organización, ¿no creéis? Lejos de manifestar mi malestar, espero y atiendo a sus propuestas. Nos ofrece una alternativa, otro local a diez manzanas o más donde una chica puede colocarle el piercing a la niña. El chico la llama pero no obtiene respuesta. Después nos plantea otra solución: darnos cita para dos días. Le explico que no es que tuviéramos prisa, pero que ya sabe cómo son los jóvenes, se les mete algo en la cabeza y lo quieren ya. Al final lo que hago es pedirle cita no sin llevarme la tarjeta con el número por si no podemos acudir y avisar y eso. Salimos del local y veo en mi hija cierta cara de preocupación. Hoy no iba a poder lucir el piercing. Pero ella también sabe que su gordito nunca le falla, y es cuando se acuerda de que una compañera le dijo que a ella se lo habían hecho en una farmacia. Justo antes de coger al coche, vemos una de esas hermosas, como son ahora las farmacias. Al fondo había una señora y le pregunto si ponen piercings:
- Sí, claro, enseguida viene el ATS.
Llega el tío, sienta a la niña, coge la pistola... ¡clack!
- ¿Cuánto es? -le pregunto
- Ocho euros
El "negocio". Que esperen mi llamada en la cueva, que voy a llamar hoy no... ¡Mañana!