domingo, 23 de febrero de 2014

La mierda con ojos

 Ayer por la tarde millones de personas sufrieron un trauma de proporciones bíblicas. Vivieron para lo que ellos fue un apocalipsis: WhatsApp dejó de funcionar durante unas horas. No os podéis ni imaginar lo que sucedió a continuación. Al principio hubo confusión y perplejidad a niveles normales, pero a medida que pasaban los minutos empezaron a producirse pequeños episodios de histeria colectiva que provocaron estrés, angustia, neurosis, depresión, ansiedad, brotes de epilepsia y desmayos. Pero eso no fue lo peor. A la hora de suceder el fallo en la aplicación, ya se hablaba de un terrible suicidio en masa cerca del Condado de no sé dónde y que los cadáveres yacían con el móvil en la mano, la cara pintada de amarillo y una lágrima cayendo...


De madrugada, el insomnio dió paso a violentos disturbios que se propagaron rápidamente por todas las ciudades del mundo. Salí de casa alertado por las campanadas de la iglesia armado con la goma del butano (no tengo armas en casa y me han dicho que un gomazo en el muslo o la esparda va muy bien) y nada más abrir la puerta pude asistir a una verdadera escena dantesca: pillaje, incendios en tiendas de telefonía móvil, gente que saltaba desde el balcón agobiada por una sensación de aburrimiento terrible, tiroteos, violaciones, canibalismo, necrofagia, necrofilia, exorcismos en plena calle, cabezas que explotaban... Bueno, cabezas que explotaban no, pero todo lo demás sí. Todo era un caos. Cientos de personas desorientadas sin saber qué hacer ni a dónde ir, empujándose, intentando no enloquecer. Una señora me agarró del brazo y le solté un gomazo en la cara que la tiré patrás. Se levantó y me señaló algo. Entre la multitud vi a una niña llorando que agarraba un osito de peluche y estaba a punto de ser atropellada por un tanque. Salí corriendo, me abalancé sobre ella, dimos cuatro volteretas y pude rescatarla con vida. Al osito lo aplastaron. Decidí volver a casa sin contarle a mi familia lo que había presenciado pero ya era tarde, los de Telecinco se me habían adelantado y estaban dando un programa especial. De repente, se cortó la emisión, sonó el himno nacional y salió en la pantalla el escudo real. Al instante, apareció SM El Rey. Vestía un guatiné de Capitán General, con semblante serio, de pie, sin muletas, con polvo blanco en la nariz y acompañado por Coto Matamoros, unos generales, coroneles, almirantes, sargentos o yo que sé, ya ni me acuerdo cuando hice la mili. El país se paralizó para escucharle. El ruido de la calle desapareció. Justo cuando se preparaba para empezar a hablar, le explotó su cabeza.